Nació en Pisaro (Istria), el 8 de abril de 1692 y murió en Padua, el 26 de febrero de 1770. Como San Agustín, a quien se le ha comparado, tuvo una juventud agitada, una edad madura y una vejez consagrada al estudio, al misticismo y a la especulación. Destinado por su padre al estado eclesiástico, fue enviado a la Universidad de Padua, donde optó por el derecho, pero se apasionó por el violín y, sobre todo, por la esgrima (abrió una escuela para la enseñanza de estas dos disciplinas). En 1710 se casó secretamente con una de sus alumnas, lo que le obligó tres años más tarde a huir disfrazado de monje para encontrar refugio en el convento de los Franciscanos de Asís, donde maravilló a su audiencia tocando el violín escondido tras una cortina por temor a ser reconocido. En esta época (1713) se situó después la génesis de su famosa sonata El trino del diablo. Al obtener el perdón en 1715, se fue a estudiar durante cuatro años con Veracini en Ancona, donde redactó su Arte del Arco e hizo su famoso descubrimiento del sonido resultante (que el llamó “terzo suono”). Por entonces se convirtió en un eminente virtuoso. En 1721 volvió a Padua y fue nombrado primer violín y director de orquesta en la basílica de San Antonio, funciones que conservaría hasta su muerte. De 1723 a 1726 residió, no obstante, en Praga (de donde salió a tiempo de evitar un proceso de reclamación de paternidad) y en 1740 en Roma. La segunda parte de su vida estuvo dedicada al estudio, a la composición y a la enseñanza. En 1728 abrió una escuela violinística que bautizó como “Scuola delle Nazioni”, lo que le valió par parte de sus contemporáneos el bonito título de “Maestro delle Nazioni”. Formó a innumerables alumnos, entre los cuales el más célebre fue Pietro Nardini (1722-1793). Durante sus veinte últimos años los trabajos teóricos ganaron terreno a la composición y no solamente era considerado como el más bello ornamento de la ciudad de Padua, sino también como un filósofo, un santo y un sabio.
Célebre sucesor inmediato de Corelli, Tartini es, sin duda, el más grande ejemplo del arte del violín italiano en siglo XVIII. Compositor fecundo, se conocen de él más de ciento sesenta sonatas para violín, con o sin bajo continuo, unas ciento cincuenta sonatas en trío y algunas sonatas a cuatro, así como, en el terreno orquestal, más de ciento treinta conciertos de violín, dos conciertos para flauta y dos conciertos para violoncello. Estas obras están aún inéditas en su mayoría. Tartini no escribió pues prácticamente más que para violín, rechazando, al contrario que Vivaldi, practicar todo tipo de música sacra o de ópera.
El valor de las Sonatas de Tartini se sitúa no solamente en el plano de la técnica violinística, sino también en el de la evolución de la música instrumental del siglo XVIII.
Las obras maestras de Tartini nos captan por una cierta sensibilidad que anuncia el romanticismo. El músico emplea en ellas ritmos elegantes y una ornamentación con frecuencia copiosa. En su caso, la música equivale al canto como manifestación de vida interior.
fuente:
http://clarimelilla.weebly.com/compositores.html
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