Nació el 18 (ó 19) de noviembre de 1786 en Eutin, en el Holstein, y murió el 5 de junio de 1826 en Londres. Era hijo de un violinista que llegó a ser director de un teatro itinerante.
La educación del joven Carl Maria se fue realizando al azar de las giras y sin duda adquirió conocimientos del mecanismo del teatro que le serían útiles más tarde. Interesado tanto por la litografía como por la música, optó por la última al llegar a los diecisiete años, aunque no manifestó al comienzo dotes especiales.
En 1804 obtuvo el puesto de Kapellmeister del teatro de Breslau por recomendación del abate Vogler, su profesor de música en Viena, puesto en el que se curtió en la práctica teatral, pero que abandonó dos años más tarde para convertirse en secretario privado del duque Ludwig, en Wutemberg, donde se cultivó pero de donde, acusado de estafa, fue expulsado. De 1811 a 1813, emprendió una gira de conciertos a través de Alemania, y cuando fue a Praga fue contratado como Kapellmeister del teatro, puesto en el que permaneció hasta 1816. Finalmente, fue director de la Ópera Alemana de Dresde hasta su muerte.
Toda la vida de Weber estuvo pues orientada hacia el teatro, y sus propias creaciones musicales estuvieron impregnadas por éste. Es verdad que su gloria póstuma reposa sobre tres obras líricas de primera magnitud: Der Freischütz (estrenada en Berlín en 1821 y que valió al autor triunfar en toda Europa), Euryanthe, una obra espléndida, pero dramáticamente poco lograda, y Oberón, ópera concebida en inglés para el Convent Garden de Londres, donde fue estrenada en 1826; nuevo triunfo al que el compositor, minado por la tuberculosis, no sobrevivió. Cuando su cuerpo, inhumado primero en Londres, fue repatriado a Alemania en 1844, el elogio del músico fue pronunciado por Wagner, que veía en Weber al iniciador de un verdadero teatro nacional (a despecho de antecedentes tales como El rapto en el serrallo o La flauta mágica) y que nunca disimuló su deuda para con él.
Sin duda está justificado el que en las salas de concierto las tres oberturas de Der Freischütz, Euryanthe y Oberón brillen con todo su resplandor melódico y orquestal. Sin embargo, no hay que olvidar tan rápidamente que Weber es también el autor de obras concertantes, tres para piano, cuatro para clarinete y otras para flauta, para trompa o para Fagot. Su música vocal (misas, cantatas, lieder alemanes) e instrumental (entre ellas seis sonatas para violín y composiciones para piano) constituye otra parte de la obra un poco olvidada de Weber. Pero todos conocen, bajo su forma orquestal, la famosa Invitación al vals, que originalmente era una pieza para piano.
Primer Concierto para Clarinete y Orquesta, en fa mayor op. 73.
Para un instrumento que amaba mucho y para su amigo Heinrich Bärmann, Weber compuso durante el año 1811 un amable Concertino (op. 26) y sobre todo dos conciertos, uno en fa menor (op. 73) y otro en mi bemol mayor (op. 74).
Uno y otro explotan con destreza los poderes expresivos del clarinete, y en este aspecto alcanzan muchos hallazgos de coloraciones de timbre, sobre todo en los registros grave y medio.
El Allegro inicial expone dos temas, el primero fogoso, presentado en fa menor por la orquesta, mientras que el clarinete ornamenta con apoyaturas el motivo melódico propiamente dicho. El segundo tema, en la bemol, está también reservado al clarinete, muy prolijo. Se trata sin duda de un notable pasaje de bravura del repertorio del instrumento. Durante el desarrollo –lusingando con espressione– el clarinete se expansiona, embrujador, sobre el resto de los instrumentos de madera. También interviene de una forma parecida en el Adagio ma non troppo que sigue (en do mayor), inmiscuyéndose hábilmente en el dúo entre el violín y la flauta. Hacia el final del movimiento, su voz lamentosa se deja oír en un “coral” de las tres trompas con sordina, una página típicamente weberiana. El alegre Rondo final (fa mayor), relleno de pasajes de virtuosismo, tiene en su parte central instantes de efusión melódica que contrastan felizmente con la brillante coda, en pasajes de arpegios.
La educación del joven Carl Maria se fue realizando al azar de las giras y sin duda adquirió conocimientos del mecanismo del teatro que le serían útiles más tarde. Interesado tanto por la litografía como por la música, optó por la última al llegar a los diecisiete años, aunque no manifestó al comienzo dotes especiales.
En 1804 obtuvo el puesto de Kapellmeister del teatro de Breslau por recomendación del abate Vogler, su profesor de música en Viena, puesto en el que se curtió en la práctica teatral, pero que abandonó dos años más tarde para convertirse en secretario privado del duque Ludwig, en Wutemberg, donde se cultivó pero de donde, acusado de estafa, fue expulsado. De 1811 a 1813, emprendió una gira de conciertos a través de Alemania, y cuando fue a Praga fue contratado como Kapellmeister del teatro, puesto en el que permaneció hasta 1816. Finalmente, fue director de la Ópera Alemana de Dresde hasta su muerte.
Toda la vida de Weber estuvo pues orientada hacia el teatro, y sus propias creaciones musicales estuvieron impregnadas por éste. Es verdad que su gloria póstuma reposa sobre tres obras líricas de primera magnitud: Der Freischütz (estrenada en Berlín en 1821 y que valió al autor triunfar en toda Europa), Euryanthe, una obra espléndida, pero dramáticamente poco lograda, y Oberón, ópera concebida en inglés para el Convent Garden de Londres, donde fue estrenada en 1826; nuevo triunfo al que el compositor, minado por la tuberculosis, no sobrevivió. Cuando su cuerpo, inhumado primero en Londres, fue repatriado a Alemania en 1844, el elogio del músico fue pronunciado por Wagner, que veía en Weber al iniciador de un verdadero teatro nacional (a despecho de antecedentes tales como El rapto en el serrallo o La flauta mágica) y que nunca disimuló su deuda para con él.
Sin duda está justificado el que en las salas de concierto las tres oberturas de Der Freischütz, Euryanthe y Oberón brillen con todo su resplandor melódico y orquestal. Sin embargo, no hay que olvidar tan rápidamente que Weber es también el autor de obras concertantes, tres para piano, cuatro para clarinete y otras para flauta, para trompa o para Fagot. Su música vocal (misas, cantatas, lieder alemanes) e instrumental (entre ellas seis sonatas para violín y composiciones para piano) constituye otra parte de la obra un poco olvidada de Weber. Pero todos conocen, bajo su forma orquestal, la famosa Invitación al vals, que originalmente era una pieza para piano.
Primer Concierto para Clarinete y Orquesta, en fa mayor op. 73.
Para un instrumento que amaba mucho y para su amigo Heinrich Bärmann, Weber compuso durante el año 1811 un amable Concertino (op. 26) y sobre todo dos conciertos, uno en fa menor (op. 73) y otro en mi bemol mayor (op. 74).
Uno y otro explotan con destreza los poderes expresivos del clarinete, y en este aspecto alcanzan muchos hallazgos de coloraciones de timbre, sobre todo en los registros grave y medio.
El Allegro inicial expone dos temas, el primero fogoso, presentado en fa menor por la orquesta, mientras que el clarinete ornamenta con apoyaturas el motivo melódico propiamente dicho. El segundo tema, en la bemol, está también reservado al clarinete, muy prolijo. Se trata sin duda de un notable pasaje de bravura del repertorio del instrumento. Durante el desarrollo –lusingando con espressione– el clarinete se expansiona, embrujador, sobre el resto de los instrumentos de madera. También interviene de una forma parecida en el Adagio ma non troppo que sigue (en do mayor), inmiscuyéndose hábilmente en el dúo entre el violín y la flauta. Hacia el final del movimiento, su voz lamentosa se deja oír en un “coral” de las tres trompas con sordina, una página típicamente weberiana. El alegre Rondo final (fa mayor), relleno de pasajes de virtuosismo, tiene en su parte central instantes de efusión melódica que contrastan felizmente con la brillante coda, en pasajes de arpegios.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario